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Tras unos meses caóticos en la política brasileña, el ultraderechista Jair Bolsonaro ha tomado posesión oficialmente como el 38º presidente de la República Federal de Brasil, el quinto elegido de manera directa desde el regreso de la democracia. La misma masa fervorosa que le acompañó en los mítines y le entregó casi 58 millones de votos, le acompañó en Brasilia, festejando su llegada al poder y, de paso, el hundimiento de la izquierda.
Para esta labor de reconstrucción echará mano de lo que, como capitán, conoce bien: el Ejército. No había tantos militares en la cúpula del poder desde que en el verano suramericano de 1985 la dictadura dio un discreto paso al lado cediendo ante la reclamación de elecciones indirectas. Bolsonaro lo ha conseguido. Además de su vicepresidente, el General Hamilton Mourão, otros siete militares forman parte de la lista de 22 elegidos para el Consejo de Ministros –una tercera parte de las carteras ministeriales–.
El general Augusto Heleno será el ministro de seguridad institucional –finalmente prefirió esta cartera, y él mismo sugirió otra opción para el ministerio de defensa–, el almirante Bento Costa será el ministro de Minas y Energía, el general Fernando Azevedo e Silva fue finalmente el elegido para el ministerio de defensa, el teniente coronel Marcos Pontes fue designado para el ministerio de ciencia y tecnología, el capitán Tarcísio Gomes de Freitas para infraestructura, el capitán Wagner Rosario para la Contraloría General de la Unión, y el general Santos Cruz para la secretaría de gobernación de la Presidencia de la República.
Minutos antes, dos de los mencionados dejaban un gesto incontestable: los generales Mourão y Heleno se abrazaban con júbilo a las puertas de la Catedral de Brasilia, mientras el nuevo presidente se decidía por la opción descapotable del Rolls-Royce en su traslado hacia los honores. Su misión cumplida ayuda a definir al Brasil de hoy. También es el Brasil de hoy la aglomeración de simpatizantes a lo largo de la Explanada de los Ministerios, esprintando por el césped para no perder el ritmo de la comitiva.
El núcleo duro del gobierno Bolsonaro lo completan Paulo Guedes –ministro de economía, hacienda, planificación, industria y comercio–, el exjuez federal que condenó al expresidente Lula da Silva, Sérgio Moro –ministro de justicia y de seguridad pública– y Onyx Lorenzoni –ministro de la Casa Civil–. Lorenzoni, al que además Bolsonaro confió el encargo de organizar el traspaso de poderes en este periodo de transición, es uno de los pocos casos de políticos brasileños que ha confesado un caso de corrupción: reconoció haber recibido y usado donaciones ilegales, sin declarar, para financiar campañas electorales.
El vicepresidente de Brasil, el General Hamilton Mourão, jura su cargo. José Cruz/Agência Brasil.
Una vez dentro del Congreso Nacional, la toma de posesión de Bolsonaro dejó imágenes acordes al ambiente político de los últimos años en Brasil. Evo Morales, uno de los representantes de más alto nivel que ocupaban los asientos delanteros de la ceremonia, aguantaba impasible y perplejo la escena de decenas de diputados abalanzándose a gritos sobre la primera fila para conseguir el mejor recuerdo audiovisual del líder de la extrema derecha, lanzándole con la mano el gesto marca de la casa, emulando una pistola, que Bolsonaro devolvía orgulloso.Boicotearon la investidura los diputados del Partido de los Trabajadores y del PSOL (Partido Socialismo e Liberdade). Ambos aceptaron desde el principio el resultado electoral, pero según indica el comunicado oficial del PT, eso no impide que en un acto de resistencia denuncien que el proceso ha estado descaracterizado “por el golpe del impeachment, por la prohibición ilegal de la candidatura del expresidente Lula y por la manipulación criminal de las redes sociales para difundir mentiras contra el candidato Fernando Haddad”.
Y es que se han ido sucediendo tantos giros bruscos en la política brasileña en los últimos dos años y medio que el polémico impeachment que apartó de su cargo a la presidenta Dilma Rousseff a mediados de 2016 parece la prehistoria. En el guion del Partido de los Trabajadores, desde luego, la última escena de esta legislatura debería haber estado protagonizada por la expresidenta y por Lula da Silva, que retomaría el poder cómodamente. Los tiempos, sin embargo, han cambiado, y ha sido Michel Temer el que le ha transferido el poder a Bolsonaro.
Su último mensaje se lo tenía reservado precisamente al Partido de los Trabajadores. “La irresponsabilidad nos ha conducido a la mayor crisis ética, moral y económica de nuestra historia”, aseguró al final de su primer discurso como presidente. “Hoy comenzamos un trabajo arduo para que Brasil comience un nuevo capítulo de esta historia, un capítulo en el que Brasil será visto como un país fuerte, pujante, confiante y osado”.
Los seguidores de Bolsonaro que esperaban a las afueras del Palacio de Planalto también tuvieron la oportunidad de escucharle en vivo y en directo. Ellos gritaban «el capitán ha llegado«, y le llamaban «mito», y el presidente les arengaba con su particular estilo. Según él, este 1 de enero será recordado como «el día en que el pueblo comenzó a liberarse del socialismo, de la inversión de valores, del gigantismo estatal y de lo políticamente correcto».
Garantizó que luchará contra «las Ideologías que destruyen nuestros valores y tradiciones», y que su gobierno va a «restablecer patrones éticos y morales que transformarán nuestro Brasil». La habitual agresividad de sus palabras, que tanto apoyo le ha labrado, salió a relucir en la despedida. «Esta es nuestra bandera», concluyó sujetando y señalando la verde y amarilla, «que jamás será roja».