El ingeniero electrónico y científico neoyorkino Leonard Kleinrock (Nueva York, 1934), quien fue también profesor de Ciencias de la Computación en la Universidad de California en los Ángeles (UCLA), quiso hacer que los ordenadores hablaran entre sí. El 29 de octubre de 1969 y tras un largo trabajo para llevarlo a cabo, hizo posible que dos ordenadores, situados en la UCLA y en el Stanford Research Institute (SRI), se comunicaran. Aunque con cierta dificultad, consiguió que de un ordenador a otro se transmitieran algunas letras del texto elegido: Login.
Un acto que hoy nos parece simple, una acción que llevamos a cabo a diario. Algo que nos resulta cotidiano, común y fácil en pleno siglo XXI, sin quizás percatarnos de su valor. Como le pasó a Kleinrock, según palabras textuales para El País: “Yo envié el primer mensaje por Internet y apenas le di importancia” (Kleinrock, L. 2019. El País).
Y ahí, justo ahí es donde yo quería llegar. A la poca importancia que le damos, a veces, a lo que escribimos en internet. Según la Real Academia Española, columnista es una persona que tiene una columna en una publicación periódica. En adelante, como nueva columnista en El Periódico Digital, se me presenta una gran responsabilidad. La responsabilidad de hacer llegar un mensaje a través de la pantalla. Mi mensaje, al igual que el de los compañeros y compañeras y el de todas las personas que escriben en los medios digitales, llegará a millones de pantallas, puede que a veces con algún error, como le pasó a Kleinrock, aunque por motivos diferentes.
Atendiendo a los consejos y recomendaciones de periodistas cercanos, el columnista debe basarse, además de en el conocimiento sobre alguna materia o tema, en experiencias personales a la hora de redactar sus publicaciones. Escuchando también los consejos de algunos amigos, me centraré en compartir mi conocimiento y opinión, sin buscar la aprobación y/o aceptación del lector. Soy consciente de lo que supone esta hoja en blanco, esta oportunidad de escribir que se me brinda, de transmitir y de hacer llegar una parte de mí a quien quiera leerme. Sé que lo que escriba será leído con ilusión por alguien, con cautela por algunos y examinado con lupa por otros. Lo asumo.
Mi campo profesional es el turismo, pero no me considero experta en el mismo, de hecho, me alejo muchísimo de ser experta en algo. Soy una trabajadora más de este sector que me apasiona. Como tal, haré mi pequeña aportación hablando sobre temas relacionados con este sector de gran importancia para la economía mundial.
Formación y Turismo, la iniciativa que conduzco, ha sido el primer pequeño paso hacia una nueva trayectoria profesional. Si el turismo es uno de los sectores de mayor importancia para la economía mundial, entre otros motivos por su gran crecimiento, se puede mantener una actitud positiva en aquellos proyectos turísticos que han nacido en los años de pandemia. Años difíciles, años de retos y desafíos constantes en la época de la mayor crisis para el turismo que yo, por mi edad, puedo recordar.
Porque sabemos que todo ha cambiado. Nosotros mismos hemos cambiado. Pero el turismo tiene la facilidad de transformarse y adaptarse a la realidad que le toque. Es evidente que ya lo ha hecho, ya que, como dijo Michelle Bachelet, “el turismo es una industria de futuro que no teme a los cambios”.
El turista, por su parte, basa sus intereses y deseos adaptándose a la actualidad que le rodea, aceptando y disfrutando de aquello que se le ofrece para satisfacer sus necesidades y poder así complacerlo. Por eso, confío en que lo venidero será próspero y óptimo.